Por Florencia Borrilli
Durante larguísimos años fueron los hombres quienes escribieron la historia del mundo, las ciencias y todo lo que conocemos. Incluso escribían para otros hombres, negando por completo a las mujeres el acceso al conocimiento.
Hoy, y desde hace tiempo, esto comenzó a revertirse cada vez más hasta llegar al lenguaje. Hoy se lucha por construir un lenguaje inclusivo, pero sin “destruir” lo anterior, sino mejorándolo y haciéndolo más representativo. Con representativo nos referimos a expresarnos y escribir incluyendo a todas aquellas y todos aquellos que quedaban marginados de ese lenguaje en el que la columna vertebral de todo era el hombre.
¿Recuerdan el programa documental “La aventura del hombre”? ¿Se imaginan en nuestro contexto un programa que lleve ese nombre? Para nosotras es casi inconcebible. Por suerte que lo es… No, por suerte no, sino porque detrás de todo este cuestionamiento existen las voces y la lucha de muchas personas que sienten que el lenguaje no las identifica (sobre todo las mujeres). Y el lenguaje no se puede pensar aislado del contexto en el cual emerge.
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Es decir, hay palabras que la RAE hoy incluye en su diccionario que antes hubieran sido impensadas. Es que el lenguaje se construye de acuerdo al marco histórico y social en el que acontece. Pero como todo cambio, se va transformando paulatinamente. Ahora estamos en el momento en el que, al menos, los que escribimos nos cuestionamos cómo hacerlo, y eso ya significa un gran avance. Antes ni siquiera pensábamos cómo decir las cosas de otro modo.
Notamos que las generaciones posteriores a los millenials vienen chipeados con otro tipo de pensamiento y estructura mental. Están dispuestos a dar batalla, a cuestionarlo todo, a romper barreras. Para quienes los anteceden, quizá es un poco más dificultoso, un poco por costumbre y otro poco por el apego a una estética del lenguaje que nos parece correcta. Pero es cultural, es una construcción social. Así como no se nos ocurriría decirle a alguien en la vía pública: “Señor, podría usted indicarme donde ha sido mudada la tienda de compras de Falabella”, porque es un tono que no se usa en absoluto; también será cada vez más difícil entrar a una clase y decir “atención alumnos”, dejando a un lado a las mujeres y personas que no se sientan interpeladas bajo esa exclamación.
En el entorno empresarial y organizacional quizá demore un poco más el cambio y la incorporación de los nuevos modos de utilizar el lenguaje inclusivo, pero hay algo que se llama conciencia a la que no podemos ignorar porque nos pertenece, y tal vez llegue el momento en que no nos conformemos con decir “colaborador”, “empleado” o “jefe”, y tengamos que empezar a revisar nuevas formas de comunicarnos, que pueden ser tan diversas como el diccionario mismo.